Región del Sudoeste Bonaerense

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sábado, 12 de noviembre de 2011

Villa El Salvador (Perú): de los arenales a una experiencia social de avanzada

En 1971 varios centenares de personas pobres invadieron tierras públicas en las afueras de Lima. Se les sumaron miles de habitantes de tugurios de esta ciudad. El gobierno intervino para expulsarlos, y finalmente accedió a que se radicaran en un vasto arenal ubicado a 19 km de Lima. Esos 50.000 pobres, que carecían de recursos de toda índole, fundaron allí Villa El Salvador. Se les fueron agregando muchas más personas y su población actual se estima cercana a los 300.000 habitantes. Esta experiencia es considerada muy particular en múltiples aspectos. El plano urbanístico trazado diferencia netamente a Villa El Salvador de otras barriadas pobres. El diseño es el de 1.300 manzanas, que configuran 110 grupos residenciales. En lugar de haber un solo centro en donde funcionen los edificios públicos básicos, el esquema es totalmente descentralizado. Cada grupo residencial tiene su propio centro, con locales comunales y espacios para el deporte, las actividades culturales y el encuentro social. Esto favoreció la interacción y maximizó las posibilidades de cooperación. Se dio así un modelo organizativo basado en la participación activa. Partiendo de delegados por manzana y por grupos residenciales, los habitantes de Villa El Salvador crearon una organización, CUAVES, que representa a toda la comunidad y que ha tenido peso decisivo en su desarrollo. Establecieron casi 4000 unidades organizativas para buscar soluciones y gestionar los asuntos comunitarios, en las que participa la gran mayoría de la población: cerca del 50% de los mayores de 18 años ocupan algún cargo directivo en ellas.
En estos arenales, carentes de todo orden de recursos y casi incomunicados (debían recorrer 3 km. para encontrar una vía de acceso a Lima), los pobladores desplegaron un gigantesco esfuerzo de construcción, basado principalmente en el trabajo voluntario de la misma comunidad. Un inventario de la situación de fines de 1989 dice que, en menos de dos décadas, tenían 50.000 viviendas, 38.000 de ellas construidas por ellos mismos -un 68% con materiales nobles como ladrillo, cemento, techos de concreto, etc.-, habían levantado con su esfuerzo 2.800.000 m2 de calles de tierra afirmada, y habían construido, en su mayor parte con los recursos y el trabajo de la comunidad, 60 locales comunales, 64 centros educativos y 32 bibliotecas populares. A ellos se suman 41 núcleos de servicios integrados de salud, educación y recuperación nutricional, centros de salud comunitarios, una red de farmacias, y una razonable estructura vial interna con cuatro rutas principales y siete avenidas perpendiculares. Además, habían plantado medio millón de árboles.
Los logros sociales de Villa El Salvador -mientras permanecía pobre y con serios problemas ocupacionales, como toda Lima- eran también muy significativos. La tasa de analfabetismo había descendido de 5.8 a 3.5%.
La tasa de matrícula en la educación primaria había alcanzado al 98% y en la secundaria a más de 90%, todas cifras superiores a los promedios nacionales y mucho mejores que las de poblaciones pobres similares. En salud, las campañas de vacunación realizadas con apoyo de la comunidad, que habían cubierto a toda la población, así como la organización de la comunidad para la salud preventiva y el control de embarazos, habían incidido en un fuerte descenso de la mortalidad infantil (a 67 por mil, contra un promedio nacional de 88 a 95 por mil). La mortalidad general era también inferior a los promedios nacionales. Se registraban asimismo avances en materia de obtención de servicios de agua, desagüe y electricidad, en un plazo que se estimó menor en 8 años al que tardaban otros barrios pobres en lograrlos, y se habían desarrollado considerables infraestructura, equipamiento y servicios comunitarios, superiores a los de otras barriadas.
El enorme esfuerzo colectivo realizado ha sido descrito por el varias veces alcalde de Villa El Salvador, Michel Azcueta, del siguiente modo:
"El pueblo de Villa El Salvador, con su esfuerzo y su lucha, ha ido construyendo una ciudad de la nada, con cientos de kilómetros de redes de agua y de luz, pistas, colegios, mercados, zona agropecuaria y hasta un parque industrial, conseguido también con lucha por pequeños industriales de la zona".
Se plantea una pregunta de fondo: ¿cómo fue posible lograr estos resultados partiendo de la miseria, en un marco natural tan desfavorable, en medio de la aguda crisis económica que vivió el Perú, como toda la región, en los años ochenta, y de todo orden de dificultades? Las claves para entender los logros -que no erradicaron la pobreza, pero sí mejoraron aspectos fundamentales de la vida de sus habitantes y la convirtieron en una barriada pobre diferente- parecen hallarse en elementos incluidos en el concepto de capital social.
La población originaria de Villa El Salvador estaba conformada, en su mayor parte, por familias llegadas de la sierra peruana. Los campesinos de los Andes carecían de toda riqueza material, pero tenían un rico capital social. Llevaban consigo la cultura y la tradición indígenas, y una milenaria experiencia histórica de cooperación, trabajo comunal y solidaridad. En la Villa se aplicaron aspectos centrales de esa cultura, como la práctica de una intensa vida comunitaria y la coexistencia de la propiedad comunal de servicios útiles para todos con la propiedad familiar e individual. Esa cultura facilitó el montaje de esta extensa organización participativa, en la cual todos los pobladores fueron convocados a ser actores de las soluciones de los problemas colectivos, y que funcionó con fluidez en virtud de las bases históricas favorables que había en la cultura campesina peruana. Hasta antiguas recetas técnicas, como las lagunas de oxidación utilizadas por los Incas, fueron empleadas intensamente: los desechos se procesaban mediante un sistema de lagunas que llevaba a la producción de abonos, usados después para generar zonas verdes y producción agrícola.
La importancia del trabajo colectivo como medio para buscar soluciones, visión anclada en la cultura de los pobladores, impregnó desde el inicio la historia de la Villa. Se refleja vívidamente en cómo se enfrentó el problema de construir escuelas. 
La población se organizó para que se construyeran escuelas y los niños no perdieran el año escolar. Se formaron doce comités pro escuela en los primeros tres meses y se inició la construcción de muchas aulas en un esfuerzo que, mirado a distancia, parece enorme y que no se entiende sin acudir a una explicación sobre sus motivaciones subjetivas. Se empezó a dictar clases en aulas que usaban esteras como paredes, las que se impermeabilizaban con plásticos para mínimamente combatir el frío invernal, mientras que el suelo era de tierra apenas afirmada y los escasos ladrillos fueron reservados para ser usados como precarios bancos por los niños. Estas aulas fueron construidas en jornadas colectivas dominicales, con un entusiasmo y febrilidad que han dejado un recuerdo imborrable entre sus protagonistas.
Favorecido por estas condiciones, se creó en la Villa un amplio y sólido tejido asociativo. Se constituyeron organizaciones de jóvenes, de mujeres, de madres, cooperativas de mercados, asociaciones de pequeños industriales y comerciantes, rondas urbanas, coordinadoras y brigadas juveniles, ligas deportivas, grupos culturales de todo orden.
La asociatividad cubrió allí los más variados aspectos: productores que se unieron para comprar insumos en conjunto, buscar mancomunadamente maquinarias, mejorar la calidad; más de un centenar de clubes de madres, que crearon y gestionaron ejemplarmente 264 comedores populares y 150 programas de vaso de leche; jóvenes que dirigieron y llevaron adelante centenares de grupos culturales, artísticos, bibliotecas populares, clubes deportivos, asociaciones estudiantiles y talleres de comunicación.
El trabajo de la propia comunidad, organizada en marcos cabalmente participativos, estuvo en la base de los avances que se fueron logrando en corto tiempo. El proceso "disparó" el capital social latente, que se fue multiplicando. La creación, a partir de la nada, de un municipio entero por su población, generó una identidad sólida e impulsó la autoestima personal y colectiva.  La ciudad que se creó fue la expresión de sus habitantes. Estos no eran simplemente sus pobladores, sino sus constructores. Al crear Villa El Salvador y desarrollarla, se crearon a sí mismos. Por eso, cuando se pregunta a los habitantes de la Villa de dónde son, no contestan como otros llegados del interior, haciendo referencia a su lugar de nacimiento, sino que dicen "soy de Villa", el lugar que les dio una identidad que valoran altamente. El proceso de enfrentar desafíos muy difíciles y avanzar fue asimismo fortaleciendo su autoestima, estímulo fundamental para la acción productiva.
La autoestima fue especialmente cultivada también en las escuelas de la Villa. Los maestros trataron de liberar a los niños de todo sentimiento de inferioridad derivados de sus condiciones de hijos de familias pobres. Procuraron darles seguridad, que no se sintieran en minusvalía.
El esfuerzo de construcción comunitaria de la Villa El Salvador, realizado en las más difíciles condiciones, fue presidido y orientado por ciertos valores. La población definió su proyecto como la conformación de una comunidad de autogestión participativa.  
En 1986 la Villa se convirtió en municipio. Al estructurarlo se mantuvieron todos los principios anteriores. Así, se estipuló que las decisiones comunales serían la base de las decisiones municipales. Recientemente Villa El Salvador estableció, con la ayuda de varias organizaciones no gubernamentales, del Diario El Comercio y de otras entidades, un  sistema destinado a facilitar la participación de los pobladores empleando la informática. En virtud de este sistema, el Concejo Municipal transmite sus sesiones en circuito cerrado a la Villa; en ésta hay terminales de computación, y los habitantes pueden recibir a través de ellas información sobre lo que se va a tratar en dichas sesiones y elementos de juicio al respecto, y pueden hacer llegar al Concejo sus puntos de vista; el Concejo realiza, a través del sistema computacional, referendos continuos sobre las opiniones de los habitantes.

La experiencia de la Villa ha sido reconocida mundialmente, siendo objeto de continuas distinciones. En 1973 la UNESCO la premió como una de las más desafiantes experiencias en educación popular; en 1987 las Naciones Unidas la designó Ciudad Mensajera de la Paz, distinguiéndola como promotora ejemplar de formas de vida comunitaria. En 1987 se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias, del Rey de España. El Papa Juan Pablo II la visitó especialmente y disertó en Villa El Salvador, destacando sus logros

Revista de la CEPAL, artículo “Capital social y cultura, claves esenciales del desarrollo”

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